Ing. Gerardo Páez.
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Sin lugar a dudas la visita del Sumo Pontífice fue de un significado
extraordinario para millones de cubanos que añoraban este encuentro, aunque no alcanzaran
a ver las características que distinguen a Jorge Mario Bergolio o simplemente
al Papa Francisco, su genuina sencillez,
su hablar pausado de quien siente plena seguridad y confianza en lo que dice,
precisamente porque no tiene que mentir para robarse el corazón de la gente
sencilla como él, fueron algunas de las virtudes que nos hechizó, sí, porque yo
tampoco escapé de su embrujo seductor.
Demostró ser lo que muchos ya sabían, un verdadero hombre de fe, quien sin
cortapisas, ha sabido llamar a las cosas por su nombre y no ha titubeado al
pedir desde su posición de príncipe de la iglesia católica, cuanto exigen los
tiempos que vivimos.
Al presidente cubano con la elegancia que avala su carácter, supo
manifestarle en sus palabras iniciales, recién llegado al aeropuerto
internacional José Martí, la ingente necesidad de reconciliación de nuestro pueblo, que es uno solo e
indivisible a quien el odio, la incomprensión y las ambiciones desmedidas de
poder de ambos lados del estrecho de la florida, sometió al más incalculable de
los sufrimientos.
De ahí que hiciera énfasis en el dialogo como la vía más expedita para
lograr avances en la reconciliación, también entre los pueblos y gobiernos de
Estados Unidos Y Cuba.
Su peregrinaje a lo largo de la isla de Cuba, le permitió sin lugar a dudas
conocer lo que por referencia ya él sabía, la existencia de un pueblo humilde,
trabajador, sacrificado, que ha tenido que cargar durante más de medio siglo
varias cruces, la de cristo y el evangelio y la que le impuso el régimen
despótico que todavía hoy oprime a nuestro pueblo.
Los hombres y mujeres de Cuba, debieran hoy levantarse y sin odio pero con
gran firmeza exigirle al gobierno que dirige el General Raúl Castro, que de
paso a las nuevas generaciones de cubanos para que todos juntos puedan edificar
la verdadera sociedad que soñamos legarles a nuestros hijos.
En algún momento de nuestra historia habrá que ceder el paso a las nuevas
generaciones, nuestra nación, siguiendo los postulados del Papa, sabrá perdonar
y aunque no olvide los años de horror vividos, tendrá presente que en la fe
cristiana no hay lugar para el rencor; hemos sufrido, sí, pero también tuvimos
la oportunidad de tener en nuestra tierra a un mensajero de la paz y la
misericordia que nos inoculó nuevos aires de esperanza, en hora buena.
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